Últimamente algo que no ha dejado de venir a mí, de una forma o de otra, es la productividad: todo nos lleva, nos impulsa, nos arrastra a hacer más y más y más cosas y obtener resultados óptimos en todas ellas, cuando seguramente la mitad no nos interesan ni lo más mínimo. Socialmente hasta está mal visto no hacer miles de cosas, y tener tiempo es casi un privilegio que muy poca gente puede disfrutar.
En este sentido, me parece necesario poner de manifiesto que hay que parar: no podemos estar todo el tiempo produciendo, ni ejercitando, ni siendo eficientes, somos seres vivos, con unos ciclos, con unos ritmos. Es habitual colapsarse cuando no se es capaz de cumplir con las expectativas sociales de actividad, sentir pánico, frustración o pensar que carecemos de valor, cuando simplemente estamos tratando de vivir como un ser vivo más.
Permítete parar, toma aire, respira, mira alrededor, analiza lo que sientes. Deja que tu cuerpo, que es tu hogar, sea el que marque tus ritmos, tus pautas. Escúchalo, porque es único que puede decirte que algo va mal.
Frena, escucha y, si hay algo que resolver, resuelve.